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21/may de 2015, Jueves 7º de Pasua

Que sean completamente uno
Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos».
Juan 17, 20-26

Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdbEl capítulo 17 del Evangelio de Juan ha sufrido muchos siglos de «secuestro». Con frecuencia se le ha presentado como «la oración sacerdotal», haciendo creer que Jesús estaba rezando por «sus sacerdotes».
Pero la mirada de Jesús va más allá, pues los sacerdotes, -tal y como los entendemos hoy-, no estaban todavía constituidos cuando se escribía el evangelio de Juan, allá por el final del siglo I de nuestra era. Esto no significa que se niegue valor al “sacerdocio”.
Los “sacerdotes” en la iglesia tienen su propia historia.
Conviene devolver este extraordinario capítulo a toda la comunidad cristiana. Estos son sus verdaderos destinatarios. Las cosas altas, profundas e inmensas que dice todo el capítulo son para cristianos de a pie, cristianos ordinarios que vivían sin poder y sin prestigio, con el único deseo de parecerse a Jesús su Maestro. Aquellas comunidades, aunque eran insignificantes en medio del Imperio Romano y estaba en la lista de las minorías sociales, tenía un puesto de privilegio en el corazón de Dios.
La primera parte del capítulo es una oración por la comunidad presente. La segunda parte es una oración por la comunidad futura. En esta comunidad futura están precisamente todos aquellos que, siendo de otras culturas, se incorporarán al cristianismo, atraídos por los planteamientos de Jesús. Estamos incluidos nosotros.
La incorporación al cristianismo de personas de toda raza y cultura rompió el muro de la división y de la exclusión, que de hecho habían montado las tres culturas entonces reinantes. El judío excluía de la salvación a quien no estuviera bajo la Ley y la circuncisión; quien no era judío era un pagano. El griego despreciaba a quien no poseía su sabiduría; no ser griego era signo de ignorancia. El romano sólo reconocía derechos a quien tuviera la ciudadanía romana; quien no fuera ciudadano romano era un siervo o un esclavo. Jesús intuye la necesidad de unidad para su comunidad futura, que deberá ser multiétnica y pluricultural.
El texto hace referencia a la unidad... Quienes hallan en Dios un vínculo de unidad, se sienten hermanos
resucitados y nuevos, porque el amor, la solidaridad, la igualdad y la fraternidad es el camino para borrar diferencias y comprender que, a pesar de la diversidad, todos los hombres y mujeres tienen el corazón del mismo color... El evangelio de hoy aporta luz a los problemas actuales de la inmigración, la fusión étnica, el mestizaje cultural... y tantas situaciones nuevas que nacen de un planeta entendido como «aldea global».
El educador cristiano, siguiendo el texto que acabamos de leer, se constituye en educador para la pluriculturalidad; una necesidad para el tiempo de hoy marcado por nuevas migraciones.

Expansión del cristianismo. Siglo I

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