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10/may de 2015, Domingo 6º de Pascua

Permaneced en mi amor
Dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».
Juan 15, 9-17

Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Jesús explica el tipo de amor que tiene a sus discípulos: Un amor parecido al del Padre. El eje fundamental de la enseñanza de Jesús es la práctica del amor.
En el Antiguo Testamento, la relación de la persona humana con Dios se expresaba en términos de sumisión. Jesús, por el contrario, excluye la adhesión a Él como la de siervos que respetan a su amo. La relación entre la persona humana y Dios pasa a ser entendida como amistad.
Por las energías que despierta y los caminos que abre, el amor es la gran fuerza que mueve al ser humano.
La causa de la crisis de nuestra sociedad tal vez sea la falta de amor. Muchas relaciones sociales carecen de ese sentimiento que nos acerca y nos permite reconocer en los demás a hermanos, sabiendo que somos hijos de un mismo Padre.
Con demasiada frecuencia vemos en el otro a un competidor. En otras ocasiones nuestra la vida social está completamente «judicializada»: Reducimos nuestro comportamiento a una «ética jurídica», es decir, nos relacionamos con los demás sobre la base de las leyes, olvidando la «ética moral». Porque más allá de las leyes debe estar nuestra conciencia personal, que sin olvidar la legalidad vigente, la supera.
Conviene revisar nuestras actitudes a la luz del evangelio que leemos hoy.
Pero los esfuerzos individuales por vivir en el amor no son suficientes. El amor debe presidir las estructuras. Al frente de los sistemas que gobiernan nuestras sociedades se han asentado ideologías que fomentan el egoísmo y el bienestar de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos.
«La libre economía y el libre mercado», se han erigido como paradigmas universales. Es urgente volver al mandamiento del amor. Es necesaria una renovación de las mentes y de las estructuras sociales, donde las propuestas y las nuevas experiencias surjan de los sectores sociales tradicionalmente marginados y explotados.
Es urgente ponerle a esta sociedad un «suplemento de alma»: el amor. Tan sólo cuando el amor y la solidaridad sean las alternativas que superen la competencia y la supervivencia del más fuerte: «la alegría será completa»...
Cuando el evangelio habla de «alegría» no se refiere solamente a ese estado de satisfacción gozosa e interior. «Alegría» era para el pueblo de Israel una de las características fundamentales del Reino de Dios, es decir, de ese tiempo nuevo en el que florecerá la misericordia, la justicia y el derecho por encima del odio y la intransigencia.

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