Dijo Jesús a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?» Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado».
Juan 16, 5-11
Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb) La mentira siempre molestó la conciencia de Jesús. Parece que lo dejara sin fuerzas, como si le apagara sus convicciones y como si lo convirtiera, ante sus propios ojos, en un delincuente. Por eso creemos que lo que más anhelaba Jesús en su interior era que se hiciera plena verdad sobre su vida.
Seguramente Jesús anhelaba en su interior que algún día sus discípulos pudieran estar plenamente seguros de quién había sido su Maestro: no un impostor a quien finalmente desenmascararon los príncipes de los sacerdotes para colgarlo de un madero, sino el hombre leal a los principios de vida que Dios había revelado por sus siervos los profetas. Pero, a la hora de la verdad, ¿quién le podía creer a un condenado a muerte?
Es aquí donde el Espíritu Santo aparece con toda su fuerza. Jesús pone en él toda su esperanza. Él es el Espíritu del Padre y de él mismo, y por eso es el Espíritu de verdad.
Si el Espíritu llega a ser parte importante en la vida de sus discípulos, sin duda alguna que la verdad se abrirá paso en sus conciencias y conocerán la verdadera realidad de Jesús. Por eso Jesús desea y promete que les dará el Espíritu.
Sólo la muerte de Jesús, que sus discípulos no esperaban, sólo la traición que no podían imaginarse, sólo un juicio ilegal como el que iba a ocurrir y sólo los inmensos sufrimientos y humillaciones de la muerte en cruz, sufridos por un inocente, podían golpear la conciencia de los discípulos hasta activarles el Espíritu de Dios que tenían adormecido.
Lo que suele olvidársele a los opresores, es que siempre queda un lugar que ellos no pueden tocar: la conciencia. Y que ésta se convierte en fuerza incontenible de verdad y de denuncia, cuando el espíritu que la habita se activa.
El Espíritu Santo:
Paráclito (Defensor)
El Espíritu Santo era denominado por los primeros cristianos como el «Paráclito», que significa ‘defensor’.
Los primeros cristianos se sentían tan defendidos por Jesús Resucitado, que al Espíritu Santo le denominaron como «Defensor» Con su fuerza se extendieron por todo el mundo conocido.
Primeramente por una región llamada Asia Menor (actual Turquía). Esta región existían multitud de ciudades de cultura griega: Esmirna, Antioquía, Éfeso...
Eran ciudades de gran potencial económico y cultural. Adoraban a dioses paganos Gracias a la valentía de los primeros cristianos, y a la fuerza del Espíritu de Jesús Resucitado, presente en medio de estas comunidades, anunciaron el Evangelio en aquel mundo nuevo y poderoso para ellos.
En la imagen uno de los símbolos culturales más poderoso de aquella época: Los Juegos
Olímpicos.
La ciudad de Esmirna los celebraba con tal profusión, que los atletas vencedores eran coronados con laurel y olivo... de oro. Con motivo de este evento, se acuñaban también monedas de oro.
(Fotos: Atleta coronado. Corona de olivo de oro. Monedas olímpicas. - Esmirna. Asia Menor-)
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