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7/may de 2015, Jueves 5º de Pascua

Permaneced en mi amor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
Juan 15, 9-11

Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdbCuando el amor de Cristo arraiga en el interior de una persona, los efectos no se hacen esperar: renacen las esperanzas, crece el sentido positivo de la vida y la alegría aparece con fuerza.
La alegría que no nace desde lo profundo de la persona, es una realidad engañosa.
Nuestra cultura propone alegrías superficiales que desaparecen pronto, dejando el sabor contrario: una especie de desencanto; como cuando se quiere atrapar el agua entre las manos.
Nuestra cultura subraya esa alegría que brota de poseer objetos de consumo y de gozar de elevadas cotas de bienestar. Si bien es cierto que la calidad de vida provoca una cierta satisfacción, es igualmente cierto que las cosas y el bienestar material no colman las más profundas aspiraciones de la persona.
La alegría de la que habla Jesús es un don permanente que anida en el interior, llenándolo todo porque ayuda a crecer y a madurar en el camino de la vida. Jesús no la llama “alegría” simplemente. La llama “mi alegría”. La alegría que da Jesús no es una alegría cualquiera. Es la alegría que nace por sentirse uno amado por un Dios que es Padre y Madre.
El educador cristiano crea un ambiente de alegría. Es capaz de traducir el gozo de sentirnos amados por Dios, a realidades concretas, relacionadas con el mundo de los niños y jóvenes. Es importante educar a la alegría y al sentido positivo de la vida. El educador debe presentar un tipo de alegría nacida de la profundidad de la persona.
El educador cristiano ayuda a los adolescentes a romper con la esquizofrenia de nuestra sociedad de producción y consumo que marca cinco días de la semana para una producción deshumanizadora, y dos días para consumir tipos de ocio también deshumanizadores.
Muchos chicos y chicas de nuestros ambientes han experimentado la fugaz alegría que nace de la fiesta, del consumo, del bienestar... Pero quizás nadie les propuso esas otras alegrías que nacen de la donación personal frente al egoísmo, del perdón frente a la venganza, de la cooperación frente a la competitividad, del esfuerzo por construir un mundo mejor frente a la apatía.

El juego y la música
El pueblo judío disponía también de algunos elementos destinados a potenciar aspectos lúdicos de la vida.
Si bien la alegría que dichos artefactos proporcionaban no era esa alegría profunda y espiritual a la que se refiere el texto del evangelio, contribuían a desarrollar momentos de gozo y convivencia. La música fue expresión de gozo y alegría.
Se han hallado restos arqueológicos de los siguientes instrumentos: címbalos (platillos), flautas pastoriles de caña y hueso, liras, panderos, tamboriles...
El rey David potenció grandemente el uso de la música como elemento litúrgico en el primitivo Templo de Jerusalén.


Imagen:
Juegos utilizados en Mesopotamia por los antiguos reyes de UR (1800 aC).
















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Címbalos o platillos. La música producida por el pueblo de Israel tenía la función de acompañar la danza. Los elementos rítmicos de la música se producían con los címbalos y panderos.
La melodía se emitía con flautas pastoriles hechas con cañas huecas, y ocasionalmente con huesos.



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