Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme”.
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?”
Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
Juan 21, 20-25
Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb) En el evangelio de ayer veíamos cómo el amor que le debemos a Jesús, debe terminar convirtiéndose en entrega y servicio a los hermanos desde la humildad.
Jesús le señala a Pedro que este servicio debe transformarse en una especie de pastoreo: “apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas”... Jesús ya había explicado en qué consistía “apacentar” las ovejas: en dar la vida por ellas, frente a los lobos que tratan de devorarlas.
El verbo “apacentar” está más lleno de ternura, de entrega y de respeto por las tímidas y asustadizas ovejas, que de autoridad sobre ellas. Por eso creemos que cuando Jesús le confía a Pedro el pastoreo de su rebaño, no le está encargando ejercer ningún dominio sobre los otros. Esto era lo que los discípulos tanto anhelaban, antes de su conversión, queriendo ser cada uno el “mayor”. Esto significa que el pastoreo o el cuidado que Pedro debía tener por los corderos y las ovejas debía estar exclusivamente en la línea del amor. Amar sin dominar es el modelo de pastoreo o de gobierno que propone Jesús para su comunidad.
Además de todo lo dicho, todavía hay algo esencial en el texto que viene marcado por la actitud de Pedro: Con frecuencia, y con la mejor buena voluntad, la autoridad corre el peligro de querer unificar los caminos de aquellos a quienes consideran sus súbditos.
Y unificar caminos es quitar la riqueza de la diversidad y desautorizar al Espíritu.
Pedro manifiesta esta tendencia, al querer enterarse del destino que Dios tenía sobre su compañero Juan. Trata de comportarse como quien se siente con autoridad para meterse en la vida del otro. Por eso Jesús lo corrige con una expresión algo cortante: “Si quiero que éste se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué te importa?”.
Es necesaria la diversidad de caminos, en la medida en que son diversas las necesidades del ser humano al que hay que servir. Jesús quiere que la unidad del grupo se dé para bien de los hermanos débiles, que requieren diversas respuestas a sus distintas necesidades. Y el encargo preciso que le da Jesús a Pedro -el hermano mayor, que debe llevar a todos a la unidad- es que no se considere el centro de esa unidad, sino el promotor de la misma. Porque la unidad sigue girando en torno a las ovejas necesitadas.
¡Qué interesante sería que los cristianos de hoy, en lugar de preocuparnos tanto por estar unidos en la formulación doctrinal, nos preocupáramos por estar unidos en la solidaridad con los excluidos de esta sociedad de bienestar, dotada de una flamante economía de mercado que también entra en crisis!
Una Iglesia universal
La acción del texto transcurre en las tranquilas orillas del Mar de Galilea, tras una noche de pesca.
Los apóstoles no han conseguido pescar nada.
Jesús les anima en la tarea de pescadores y en la tarea de anunciar el Evangelio a todos los confines
del mundo.
El hecho de que estas escenas tengan lugar en la región de Galilea (tierra de paganos) tiene un profundo significado: Jesús envía a sus discípulos a predicar a todos los confines del mundo.
La Iglesia es universal, abierta a todas las razas y culturas.
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