Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando.
Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron.
Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Juan 6, 16-21
Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb) Como una consecuencia de la multiplicación de los panes, el pueblo quiere proclamar a Jesús como rey y Mesías. Acaban de ver en Él a la persona que puede librarles de las miserias y dominaciones que padece el pueblo de Israel. Pero Jesús huye y se retira en soledad a la montaña. Su estilo no es el de un Mesías dominador y poderoso.
Los discípulos abandonan al Maestro. Tal vez ellos preferían a un Jesús dominador, cargado de fuerza y poder, y no a un Jesús animador de la solidaridad y la fraternidad.
Y se embarcaron mar adentro, sin importarles dónde estaba Jesús.
De esta forma el evangelista crea dos escenarios geográficos distintos y cargados de diverso significado:
- Jesús está en la montaña; lugar de la presencia de Dios; lugar de humildad, oración, sencillez y preparación para el tiempo nuevo.
Cuando los discípulos se tropiezan con Jesús caminando sobre las aguas, se quedan sorprendidos y espantados. En primer lugar porque, según afirmaba la escritura en el libro de Job, «tan sólo Dios puede caminar sobre el dorso del mar». Pero su asombro se hace más grande cuando Jesús les dice: «Soy yo, no temáis». La expresión «soy yo», en la versión griega de la Biblia, se traduce por «Ego eimí», y se utiliza tan sólo para definir a Dios. Más concretamente para definir al Dios que ha decidido liberar a los esclavos hebreos que son explotados en las tierras bajas del país del Nilo.
- Los apóstoles se hallan en un mar oscuro, lleno de tinieblas y olas encrespadas; símbolo de los poderes del mal. Los discípulos, huyendo del proyecto de Jesús, navegan en medio de tinieblas y sobre un mar picado, signo de las fuerzas negativas.
Jesús, con el gesto de «ir a la montaña» y «caminar sobre las aguas» está anunciando a sus discípulos que el camino de Dios es la sencillez, la humildad y la propia entrega.
La tormenta se calma; cosa normal en el Mar de Galilea, que se halla hundido a 209 metros bajo el nivel del Mediterráneo. Ciertos vientos dominantes del Mediterráneo, se encajonan violentamente y provocan tempestades que levantan olas de hasta dos metros de altura. Estas bruscas tempestades no duraban más de media hora, pero eran suficientes para hacer zozobrar a las pequeñas embarcaciones pesqueras del siglo I.
Tempestad en el Mar de Galilea
El Mar de Galilea fue testigo de la mayor parte de la vida pública de Jesús.
Se trata de un lago situado en una fosa tectónica. La superficie de las aguas de este pequeño Mar interior se hallan a 209 metros bajo el nivel del mar. Esta situación provoca frecuentes tempestades con olas de hasta dos metros de altura.
El lago mide 22 Km. de largo por 13 de ancho (similar a la Albufera de Valencia) Las barcas utilizadas en tiempos de Jesús medían alrededor de 8 metros de longitud por 2’5 de anchura.
Cuando el viento era favorable, extendían su vela rectangular. Ocasionalmente eran impulsadas a remo.
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