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20/abr de 2015, Lunes 3º de Pascua

Trabajad por el alimento que perdura
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago.
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?” Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado».
Juan 6, 22-29

Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb) El episodio de «La multiplicación de los panes», y sus consecuencias, es uno de los pocos que aparecen simultáneamente en los cuatro Evangelios. Ello manifiesta la gran importancia que tuvo la multiplicación de los panes para la teología del Nuevo
Testamento.
La gente se pone a buscar a Jesús. Y Jesús, con plena lucidez, analiza las razones y los motivos de esta búsqueda. Y les dice una frase muy interesante: «Me buscáis no porque visteis signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros»
La esencia de un milagro está en el contenido liberador que provoca. No es lo exterior lo que define al milagro bíblico. Es posible que el acontecimiento externo nos admire y nos fascine, pero un hecho sobrenatural no es de por sí un milagro en el evangelio. El milagro del evangelio une siempre al acontecimiento externo, un significado profundo que ayuda a liberar el interior de la persona.
En la «multiplicación de los panes» el contenido interior del milagro no había sido el que la gente se saciara de pan y peces, sino este otro: Que el pueblo y sus discípulos entendieran que el dinero no es la única vía para resolver los problemas... que las dificultades hay que enfrentarlas comunitariamente y no sacudírselas de encima... y, sobre todo, que la solidaridad es la fuerza que una comunidad tiene para salir adelante, frente a todos los imposibles: hambre, enfermedad, paro y trabajo precario, injusticias, etc.
A Jesús le duele que lo busquen por lo externo del milagro.
Creer en Dios Padre y su enviado significaba no esperarlo todo de él en forma pasiva, sino comprometerse en unión con otros a cambiar la propia situación haciendo experiencias de fraternidad.
El signo de la multiplicación de los panes no se hizo para encerrar al grupo de creyentes en la comodidad de tener quien lo alimentara, sino para abrirlo a la solidaridad. Compartir lo que se tiene es lo que transforma la realidad desde el interior.
El educador cristiano no está llamado a hacer milagros en su aula o grupo. Toda su persona debe convertirse en «milagro» para los chicos y chicas. Es decir, está llamado a ser un signo positivo que oriente la vida de los jóvenes, les dé profundidad y les encamine hacia la libertad que Cristo inauguró con su muerte y resurrección.

Trabajad por el pan que perdura

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