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Convivencia El Milagro de las castañas 2024


21/abr de 2015, Martes 3º de Pascua

Yo soy el pan de la vida
Dijo la gente a Jesús: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti?
¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo»”.
Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».
Juan 6, 30-35

Comentario (José Joaquín Gómez Palacios, sdb) Para los judíos hubo un «pan del cielo» que comieron durante su estancia en el desierto: El maná. Este «pan» especial con el que se alimentaba el pueblo de Israel en su caminar por el desierto, forma parte de las imágenes de la religiosidad popular.
El maná tiene una explicación natural: Existe una especie de árbol en la península del Sinaí, conocido como «tamarix mannifera», en el que viven dos tipos de cochinilla que segregan gotas de un producto apto para la alimentación humana. Estas gotas son del tamaño de una lenteja pequeña. Las secreciones gotean por la corteza del árbol con el calor, y se endurecen con el fresco de la noche. En las primeras horas de la mañana tienen un color blanquecino, que más tarde se transforma en amarillo parduzco. Posee un sabor dulce como la miel. Y puede ser molido y triturado para hacer posteriormente tortas.
Su sabor era como el de torta amasada con aceite. Parece ser que su denominación proviene la palabra egipcia «man». En hebreo «maná» significa «¿qué es esto?»
Por estos motivos históricos, cuando los judíos hablaban de “pan del cielo” no entendían lo mismo que pretende decirles Jesús. De aquí la polémica que plantea el texto de hoy.
Jesús les había planteado, después del suceso de la multiplicación de los panes, la necesidad de creer en él, no por el alimento material que les había dado, sino por el alimento imperecedero que les ofrecía; reflejado simbólicamente en el pan y en los peces multiplicados.
Lo imperecedero de Jesús era la solidaridad, la capacidad de enfrentar y resolver los problemas dentro de unos parámetros que no fueran los del dinero. Jesús le invitaba a que descubrieran, tras el pan y los peces, otro «pan» que alimenta la conciencia y la libera.
El texto de hoy fue escrito originariamente para ofrecer una enseñanza a los cristianos de las primeras comunidades, que en su mayoría vivían todavía anclados en la antigua religión judía. La enseñanza a estas primeras comunidades cristianas era la siguiente: El «maná» que Moisés dio al antiguo pueblo de Dios, ha quedado como un recuerdo de la historia. Jesús, nuevo guía del nuevo pueblo de Dios (comunidades cristianas) ofrece una nuevo pan que es mejor y más profundo que aquel antiguo «maná» del desierto.
Nosotros, cristianos del siglo XXI también hallamos en este texto una enseñanza: Considerar a Jesús “pan del cielo” y objeto de comunión, no es tan sólo participar del pan y vino en la Eucaristía. Comulgar no es tan sólo cumplir con las exigencias de un antiguo ritual. Es, ante todo, asimilar el compromiso que Jesús propuso para la transformación de las personas y la sociedad.
El educador cristiano entrega a los chicos y chicas el pan de la cultura y de los valores cristianos. Si la alimentación es necesaria para el crecimiento físico de niños y jóvenes, también lo es la educación en valores y la cultura... Pero la cultura es algo vivo, dinámico y en constante evolución. El educador cristiano no ofrece el «pan de una cultura trasnochada», sino los valores emergentes de una cultura actualizada.

El maná
El pueblo de Israel se alimento con el «maná» durante su estancia en el desierto del Sinaí.
Este alimento es segregado por el tronco de un árbol del desierto llamado vulgarmente «tamarisco de maná».
Las secreciones tienen forma de grumos blancos. De sabor dulzarrón, pueden ser molidas y
convertidas en una especie de harina muy nutritiva.
Cuando el pueblo de Israel se asentó en Palestina y se hizo sedentario, se alimentó con pan de trigo y cebada.
Con el paso de los años el pan se convirtió en un símbolo sagrado. El pan fue considerado siempre como alimento enviado por Yahvé.
En el Templo se hallaban permanentemente los «Panes de la Proposición»; doce tortas de flor de harina (una por cada tribu), apiladas en dos montones de seis. Sobre ellas se quemaba incienso.
Eran renovadas cada sábado.
Jesús de Nazareth otorga al pan un simbolismo sagrado, ya conocido por el antiguo pueblo de Israel. Los evangelistas establecen un paralelismo entre el «maná» (pan bajado del cielo) y Jesús, que se ofrece como alimento en el pan de la Eucaristía.

Fotos: Arriba Maná. Abajo Desierto del Sinaí, Tamarix mannifera

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